Hay un tipo de cansancio que no se quita con dormir. No importa cuántas horas pasemos en la cama, cuántos fines de semana tranquilos tengamos o cuántas vacaciones nos regalemos: sigue ahí, silencioso, en el fondo del cuerpo y del ánimo.
Es un cansancio que no siempre tiene una causa clara. A veces aparece en medio de rutinas aparentemente estables. Desde fuera todo parece funcionar: cumplimos con nuestras obligaciones, trabajamos, cuidamos, respondemos. Pero por dentro algo empieza a apagarse. Nos volvemos más lentos, más apagados, más irritables, como si la energía ya no nos alcanzara para sostener lo cotidiano.
No es solo fatiga física. Es un agotamiento más hondo, que toca el deseo, la motivación, la conexión con lo que antes nos hacía bien. Las cosas que solíamos disfrutar pierden brillo. Nos cuesta concentrarnos, nos invade la desgana, estamos más permeables, más sensibles… o directamente más indiferentes. Como si estuviéramos presentes, pero a medias.
Y sin embargo, solemos normalizarlo. Pensamos que es el ritmo de vida, el «estrés», la falta de tiempo. Nos repetimos que ya pasará, que solo hace falta un poco más de descanso, un poco más de fuerza de voluntad. Pero no siempre es tan simple. A veces, ese cansancio es una señal de algo más profundo que necesita ser escuchado.
Porque el cuerpo habla cuando no encontramos palabras. Y a veces, ese agotamiento que no se quita con dormir está diciendo: “hay algo que no estás mirando”. Puede ser una tristeza que no se nombra, una preocupación que se arrastra en silencio, una sensación de desconexión con uno mismo o con los demás. O incluso un duelo que aún no hemos podido procesar del todo. Puede ser un síntoma de que algo a un nivel más profundo está pasando.
Darse permiso para parar, para preguntarse qué nos pasa, es un acto de cuidado. No se trata de tener todas las respuestas, ni de solucionarlo todo de golpe. A veces, lo que más alivia es poder poner en palabras lo que nos habita. Empezar a entendernos un poco más. Mirarnos sin juicio.
No siempre, o más bien pocas veces, se puede hacer ese camino en soledad. Y no tiene por qué hacerse así. Hay momentos en los que abrir un espacio para uno mismo, acompañado por alguien que escuche con respeto y sin prisa, puede marcar una diferencia profunda.
No es un lujo. No es una debilidad. Es una forma de empezar a recuperar el propio lugar.
By Silvia Gimeno Siehr